Viven el deseo de amor profundo de Dios por la humanidad

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Fotos por Yeidy Agneris Vega Alicea / El abad Oscar Rivera, el padre Héctor Rodríguez Villanueva e Ivette Fontánez Ojea compartieron sus relatos de fe desde la tranquilidad de la Abadía San Antonio Abad, localizada en el barrio Tejas en Humacao.

Por Yeidy Agneris Vega Alicea / yvega@elorientalpr.net / Twitter@YeidyAgneris

(18 de abril de 2019)-El llamado a servir para todos los que llevan en sí un corazón ávido para amar se manifiesta de forma individual y no siempre está arraigado a un enfoque espiritual o religioso.

Más para los que practican y profesan la fe cristiana y que de alguna manera pertenecen a la Iglesia bajo un orden jerárquico, el llamado al servicio y el encuentro personal con la comunidad tiene en común un ser incondicional y un atributo inigualable que los mueve, los inspira y sostiene: Dios y su amor por la humanidad.

El abad Oscar Rivera Rivera, sacerdote y monje benedictino en la Abadía San Antonio Abad en Humacao, el padre Héctor Rodríguez Villanueva e Ivette Fontánez Ojea, una de las pocas vírgenes consagradas en la Isla, coincidieron el pasado miércoles en el reconocimiento de ese amor extraordinario y en su manifestación en el tiempo de Cuaresma.

Al acercarse la Semana Santa, los tres narraron a El Oriental la grandeza de su relación con Dios, su llamado y la vocación que reiteran y renuevan cada día, especialmente, en la Semana Mayor, momento que marca lo que reconocen como el más grande de los sacrificios.

Incluso, según afirmó el padre Oscar, lo acontecido en ese periodo, hasta la Pascua, recoge lo que lo define como persona en la fe.

“Es el centro de mi vida. Representa dentro del cristianismo el centro de todos los comienzos, de toda la liturgia. Todo comenzó ahí, en la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Por lo tanto, es lo que me define a mí como ser humano, vivir para el Señor y dejarme redimir y dejarme amar por Él y que ese amor fluya hacia todos los que se me acerquen. Ser testigo de ese misterio en la cotidianidad de mi vida”, reflexionó el abad Rivera, quien además de monje, se ordenó como sacerdote en el 1978.

El abad Oscar se integró a la comunidad monástica de San Antonio Abad en el 1973 y en el 1993 fue escogido para dirigir el monasterio. Según contó, en sus inicios, cuando solamente era monje, estaba cerrado al sacerdocio, sin embargo, con la cercanía a Dios se intensificó su llamado, inició los estudios correspondientes y según atestiguó “si tuviera que volver a elegir, volvería a ser sacerdote”.

Entretanto, para padre Héctor, el clérigo más joven en la Diócesis Humacao-Fajardo, el camino a la vida sacerdotal comenzó con un llamado que se manifestó, en su caso, desde su adolescencia.

Según narró, al crecer rodeado de amigos que practicaban la fe católica y con una formación en esa Iglesia, ya en el grado 12 de escuela superior, cuando cursaba estudios en la escuela Ana Roqué De Duprey en Humacao, había decidido que su vocación era convertirse en padre o presbítero.

“Ha sido más de lo que yo esperaba, porque el sacerdocio es para vivirlo y cada sacerdote lo vive de manera distinta. Siendo un sacerdocio joven la Iglesia ha depositado la confianza en mí y yo he tratado de corresponder diariamente a esa confianza, con esfuerzo y sacrificio. No buscando lo que yo quiero, sino lo que la Iglesia quiere de mí y lo que el pueblo necesita”, comentó Rodríguez Villanueva.

Entrevistar juntos al abad de 68 años y al joven sacerdote de 31, de alguna manera, fue enfocar en el reflejo de los recuerdos de la búsqueda para definir ese llamado de servicio a Dios, y a la misma vez, el ejemplo de los años de perseverancia y entrega a la comunidad.

El abad opinó que la ordenación de sacerdotes jóvenes es muy valiosa, pero reconoció que es una decisión que representa “una aventura, un compromiso serio y un llamado particular de Dios”.

Esposa enamorada de Jesucristo:

Entretanto, para Fontánez Ojea, el camino a descifrar la forma en que serviría a Dios transcurrió por un extenso proceso de aprendizaje, reflexión, oración y, sobre todo, de un importante acompañamiento de su consejero espiritual.

“En el 2010 yo le digo al sacerdote que me estaba acompañando, el padre Floyd Mercado, que no me podía seguir resistiendo al llamado de Dios y que le estaba autorizando para reunirse con el Obispo y comenzar a discutir mi caso”, explicó Fontánez Ojea quien en el 2012 formalmente sometió su petición a la Iglesia para consagrarse mediante la ceremonia de desposorio místico.

En el plano terrenal y cultural, el matrimonio es conocido por la mayoría como la unión entre dos individuos. Sin embargo, aunque la mujer de 43 años no tiene una pareja física, está casada con Dios y como en cualquier unión matrimonial, en su mano lleva un anillo.

“Hay una cuestión muy mística en esto de una relación afectiva y espiritual con Jesucristo. Nosotras estamos unidas al Cristo esposo, Cristo hombre y Cristo Dios que es esposo de la Iglesia… Jesucristo es esposo de la Iglesia, pues nosotras somos ese reflejo de esa relación entre Jesucristo y la Iglesia. Desde la vida espiritual, es toda esa experiencia del amor de Dios que se da en una vinculación amorosa, sentimental”, abundó.

“Yo le digo a las jovencitas que esto es como un amor platónico”, añadió Fontánez Ojea quien reconoce que su consagración puede ser, incluso, vista como idílica o poética.
Uno de los requisitos para ser denominada virgen consagrada, aunque han surgido excepciones, es la integridad del cuerpo, o como comúnmente se conoce, la virginidad de la mujer.

En esencia, una fémina que aspira a ser una virgen consagrada “se guarda para Dios” y tiene que evidenciar -mediante testimonio- que no ha sostenido relaciones amorosas o sexuales. No obstante, el Orden de las Vírgenes no responde al claustro y la mujer mantiene una solvencia económica, aunque con el llamado a vivir de forma modesta.

“Para mí lo más significativo es la oportunidad que el espíritu nos da de sentir un amor que en el plano humano viene de la carne y que Dios lo transforma en un plano espiritual”, afirmó la mujer que traduce su entrega en servicio a la comunidad.

¿Qué los sostiene en la fe?

Al invitar a la ciudadanía a llegar o regresar a la Iglesia durante la Semana Santa, los tres religiosos sostuvieron que su vocación se renueva en cada amanecer con una visión enfocada, sobre todo, en servir a Dios y a la humanidad.

Fontánez Ojea es psicóloga de profesión y labora en el centro Head Start del municipio de Humacao y a través de su consagración ha podido evidenciar un sentido mayor en su labor profesional.
Para el padre Héctor, su don es un constante llamado al servicio, sobre todo, como un padre para todos los feligreses que lo respaldan en la comunidad de la catedral Santiago Apóstol en el pueblo de Fajardo.

Mientras, para el abad Oscar, la fuerza que lo mantiene es la vida en comunidad con sus hermanos, la lectio divina o estudio constante de las escrituras y el servicio en el trabajo diario que “conlleva encontrar a Cristo en todas las diferentes facetas”.

El Abad Oscar Rivera Rivera es originario del pueblo de Barranquitas y se se ordenó como sacerdote en el 1978.

 

El Padre Héctor Rodríguez Villanueva completó su Bachillerato en filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Ponce y su maestría en teología en la Universidad Central de Bayamón.

 

La vida católica de Ivette Fontánez Ojea se formó inicialmente la Capilla Nuestra Señora de Fátima del barrio Junquito en Humacao.
(Suministrada) La ceremonia de consagración de Ivette Fontánez Ojea se efectuó en la Concatetral Dulce Nombre de Jesús en mayo de 2012. Su madre, Awilda Ojea De Jesús la entregó en el altar.